img

Abuelos y abuelas de todos los tiempos

La presencia de las abuelas y los abuelos es todo un tópico en la Literatura infantil. ¿Qué sería de los clásicos sin la abuelita de Caperucita Roja? Muchos recordarán a “el viejo de los Alpes”, abuelo de Heidi con quien la niña vivió feliz en las montañas, alejada de la sociedad, y sin ir a la escuela. Uno de mis abuelos favoritos es Nicolás, el abuelo de Manolito Gafotas, un clásico de la literatura infantil española, escrito por Elvira Lindo. El hombre es un gran bromista, aunque se queja de la próstata. Es aficionado en invitar a todas las señoras con las que se cruza a tomar café, sale de aventuras con Manolito y es su mayor referente a la hora del diálogo.

Desde hace un par de décadas, la literatura infantil explora emociones y busca introducir temas tabú con la idea de acercar a los niños a situaciones que suceden a su alrededor y los afectan. En Un pasito y otro pasito de Paola Tomie (Ekaré, 2000), la enfermedad y la posibilidad de la muerte son tratadas a partir del vínculo afectivo entre un abuelo y su nieto. Una situación similar  desarrolla Mi abuela no es la de antes de MªJosé Orobitg i Della y Carles Ballesteros (Criatura, 2013) donde una abuela con Alzheimer va a vivir a casa de su hija y su nieta mientras la observa en sus nuevos modos de estar, se pregunta qué le pasa. Pero, en la mayoría de los libros los abuelos abren puertas al universo de la fantasía al alejar a sus nietos de la tecnología e introducirlos en juegos más rústicos, llevarlos a trabajar la tierra, conectarlos con las tradiciones, rodearlos de aromas a tartas de manzanas y comida casera.

En nuestro país, muchos escritores han ofrecido el lugar protagónico a los abuelos y las abuelas. En La cartera de mi abuela escrita por Magdalena Helguera, con ilustraciones de Verónica Leite (Alfaguara, 2010), la niña de la historia se sorprende al descubrir lo enorme que puede llegar a ser el interior de la cartera donde su abuela guarda tantos universos como la galera de un mago. La novela ¿A qué jugabas, abuela?, de Ignacio Martínez (Planeta, 2013), nos ubica en una escena familiar, un día de lluvia, momento en que surge la pregunta y la abuela cuenta a sus nietos las aventuras que vivió de niña.

Este mes, se publicaron dos bellísimos libros: Besitos, de Virginia Brown, con ilustraciones de Mauricio Marra (Alfaguara) y Mi abuelo niño de Horacio Cavallo, con ilustraciones de María Canale (Alfaguara). Ambos textos crean una atmosfera de ternura.
En Besitos, Laura visita a su abuela Carmen todos los martes. Ese día se vuelve especial: la niña se encuentra con el aroma a pizza, aprende a trabajar la tierra con un tenedor, admiran una planta que llaman ”besitos” por la forma y textura de sus hojas, toman el té juntas, bromean cómplices y se abrazan. En la tapa del libro, en tonos cálidos, vemos a Carmen y Laura envueltas en un abrazo amoroso. Ambas sonríen con los ojos cerrados. El pelo de Carmen es una gran nube blanca. Un martes, la mamá de Laura le cuenta que Carmen está enferma y la lleva con ella a clase de pintura. Laura pinta para su abuela. Días después Carmen muere, su madre le cuenta y lloran juntas. Es bello encontrar a los adultos llorar junto a los niños cuando todos están tristes. A partir de entonces Laura pinta a su abuela y todo lo que extraña de ella. El final es reparador, nos dice que acompañados el dolor es menos doloroso, que los objetos de los seres queridos y todo aquello que aprendemos junto a ellos nos acompañará y será nuestro.

El texto de Horacio Cavallo es poético y preciso. No sobra ni falta una palabra, nos conduce renglón a renglón por los pensamientos de un niño que sube al techo y descubre una nueva perspectiva, como aprender a mirar de nuevo. Desde allí observa a su abuelo en detalle y escucha su canto que lo transporta a la cubierta de un barco. Cavallo nos invita a viajar en el tiempo. A veces pienso cómo habrá sido el abuelo cuando tenía mi edad (…) ¿Serían igual de monstruosos los monstruos del pasado?” El niño, avanza a partir de preguntas  e imagina a su abuelo cuando era niño, y su imaginación es tan potente que recrea posibles juegos compartidos: Trepar árboles, rasparnos las rodillas, tener callos en la palma de la mano de andar en bicicleta y sacar mojarritas de algún arroyo cercano para mirarlas a los ojos y devolverlas al agua. Las ilustraciones de María Canale, con un tono onírico, acompañan y enriquecen el universo de fantasía que construye el niño.